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CARTA  ABIERTA  AL  DIRECTOR  GENERAL  DE  LA  UNESCO

 

Jesús Lizcano Alvarez

    Director de la revista Encuentros Multidisciplinares

Catedrático de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad Autónoma de Madrid

 

 

       La Carta abierta que se recoge a continuación fué enviada por el autor de la misma en el mes de julio de 2000 a Koichiro Matsuura, Director General de la UNESCO. La Carta se remitió a título estrictamente personal, y por tanto no recoge opinión colectiva alguna de los miembros del Consejo de Redacción de esta revista.

 

 

Estimado Sr. Koichiro Matsuura:

 

            Me voy a permitir comenzar esta misiva con algunas aparentes obviedades: Usted es japonés, nacido en Tokio, y por ello resulta altamente probable que profese, o haya profesado, la religión budista. Yo soy español, nacido en Madrid, y por ello resulta altamente probable que profese, o haya profesado, la religión católica. De la misma forma, aquí, dentro de la Unión Europea, una persona nacida en Inglaterra, muy probablemente profese o haya profesado la religión anglicana; y algo similar ocurrirá con una persona nacida en Alemania, en relación con la religión protestante, o una persona nacida en Grecia, en relación con la religión ortodoxa. Y en cuanto a otras zonas de la Tierra, igualmente una persona nacida en la India, muy probablemente sea o haya sido de confesión hinduísta, y una persona nacida en Arabia Saudí, profesará o habrá profesado la religión islámica.

 

Ello quiere decir que según su lugar de nacimiento, los seres humanos, al venir a este mundo, están predestinados a pertenecer nominalmente a una determinada confesión religiosa, y en función de que ésta luego les convenza suficientemente, podrán a lo largo de su vida ser practicantes de la misma, o bien se olvidarán totalmente de la religión (con la excepción de determinadas celebraciones religiosas, a las que muchos acuden por razones costumbristas, sociales, o incluso folklóricas).

 

            Este es el panorama actual, así de crudo. Parece que en cada lugar del mundo, cuando nace un ser humano, se le sube en el Tren de la inercia, el cual le ofrece sólo dos estaciones: La primera, conocer y practicar la religión oficial de ese lugar o zona del Globo; o bien, alternativamente, “pasar” de la misma, y llegar a la segunda estación, la de los no creyentes, que parece ser que está cada vez más llena, sobre todo en algunos países.

 

            No es el objetivo de esta carta, Sr. Matsuura, opinar sobre si es mejor la primera o la segunda estación; mi deseo es manifestarle mi opinión de que a todo ser humano, hoy día, se le debería proporcionar un mayor nivel de libertad real (no sólo nominal), y brindarle un trayecto con más estaciones; y eso sólo se puede hacer a través de la información, y de una proyección básica de ésta última, que es la educación.

 

            Ahora que caen las fronteras de la opacidad, ahora que se camina hacia una transparencia global, ahora que los medios informáticos y de comunicaciones hacen posible la transmisión libre y rápida del conocimiento y la información, ahora puede ser el momento, Sr. Matsuura, de abordar uno de los mayores desafíos del ser humano: la transparencia religiosa, esto es, informarle y proporcionarle la posibilidad de un conocimiento abierto y libre del universo de las diversas ideas y creencias religiosas. Esta sí sería una educación realmente libre en esta materia.

 

            No podemos seguir con el nivel de incultura y analfabetismo religioso actual; ni podemos continuar desconociendo lo que piensan, lo que sienten, por lo que viven –y a veces por lo que mueren- otros muchos ciudadanos del planeta. No podemos dejar que muchos ciudadanos estén abocados a que los fundamentalistas de unas u otras religiones traten de imponer con hierro y sangre su interpretación radical de las correspondientes doctrinas religiosas. No podemos, en definitiva, seguir permitiendo que el ser humano, cuando pasa por este mundo, no haya tenido la oportunidad de conocer las confesiones y prácticas religiosas de otros seres humanos.

 

En estas últimas semanas he tenido ocasión de contrastar de cerca el nivel de desinformación, por una parte, y de polarización, por otra, que tenemos los ciudadanos sobre este tema de la religión. En un Seminario-debate multidisciplinar que organizamos en torno a la relación entre Ciencia y Religiones, al que asistieron científicos y profesores universitarios de muy diversas disciplinas, así como personas de distintas confesiones religiosas, se puso de manifiesto de forma evidente nuestro desconocimiento general de los postulados básicos de otras religiones, así como un cierto nivel de radicalización por parte de algunas personas, pertenecientes teóricamente a un élite intelectual. Por otra parte, tuve también ocasión de apreciar, hace pocos días, la mencionada polarización, en una reunión de la Junta de la Facultad de CC. Económicas a la que pertenezco (soy economista, igual que usted), en la cual estuvimos durante cuarenta y cinco minutos debatiendo si teníamos que aceptar, o no, una asignatura con contenidos religiosos; al final se solucionó el tema pasando a una votación secreta por parte de los miembros de dicha Junta de Facultad.

 

            En estos momentos, y aunque algunos juzgarían esto como algo escandaloso o sacrílego, no veo porqué a los niños españoles, por ejemplo, no se les puede enseñar o informar de las cuestiones básicas de la religión budista, o de la religión islámica, o de las restantes religiones cristianas practicadas en Europa, distintas a la católica. De la misma forma, no veo razón para que a los niños árabes, o a los niños chinos, o a los niños de la India, no se les puedan explicar en las escuelas los principios básicos del cristianismo, o de otras religiones. Una postura contraria a esto implicaría una posición realmente sectaria, esto es, la que caracteriza a aquellos que manifiestan que sólo su religión es la verdadera, y que sólo a través de ella se puede alcanzar la salvación de las almas. Estas posturas optan claramente por defender contra natura -en una época de apertura y de globalización- la permanencia a rajatabla del monopolio religioso imperante hoy día en muchos países.

 

Creo que la globalización actual, Sr. Matsuura, no ha de limitarse a lo económico, o a lo social, sino que el siglo XXI ha de ser igualmente el de la globalización religiosa, de forma, que el ser humano sea libre para conocer, primero, y para elegir, después, la confesión religiosa que le parezca mejor, o pueda incluso elegir prácticas comunes a varias religiones, o en su caso, optar, como lo puede hacer ahora, por no practicar ninguna religión.

 

            Esta sería, en definitiva, la verdadera libertad religiosa de los ciudadanos del mundo, más que la que existe actualmente. Esta libertad podría contribuir a que los seres humanos, si ya desde niños pueden conocer lo que sienten y en lo que creen los demás seres humanos, podrán entenderse mucho mejor con ellos, podrán darles la razón en muchas más cosas, y desde luego no pelearse -y menos matar o morir- por discrepancias en estas creencias, tal como sucede hoy día en muchas partes del mundo, con conflictos políticos y militares por razones fundamentalmente religiosas, en los que mueren tantas personas ajenas a la razón de los conflictos, que no han tenido acceso ni siquiera a saber leer.

 

            Por otra parte, Sr. Matsuura, estamos en el año 2000, el de la Cultura de la paz, cuyos principios tuve el privilegio de escuchar en una conversación con su predecesor en el cargo, D. Federico Mayor Zaragoza, en el mismo despacho de París que ahora usted ocupa. Se trata de una cultura fundamental, en la que todas las personas e instituciones hemos necesariamente de colaborar, desde muy distintos frentes, y éste es uno de ellos: el de una transparencia religiosa, a través de una formación universalizada de la misma. En esta tarea, la UNESCO está inevitablemente llamada a desempeñar un papel fundamental, dado su carácter de brazo educativo de la O.N.U., hogar político de los países del mundo, y en consonancia, por otra parte, con su propia Declaración de Principios sobre la Tolerancia, de 1995.

 

            Pues bien, mi modesta propuesta, Sr. Director General, radica en que la UNESCO, mediante el correspondiente  consenso con los  Estados nacionales (tanto los no  confesionales -la gran mayoría- como los confesionales), y con la participación de representantes de las diversas confesiones y jerarquías religiosas, pudiese llegar a elaborar -y a recomendar su uso en las escuelas de todos los países o culturas- una sencilla obra o Manual, que pudiese contener las cuestiones básicas y fundamentales de las diversas confesiones y prácticas religiosas actuales. Este manual básico, traducido a los diversos idiomas, y disponible no sólo en papel, sino asimismo en la propia página web de la UNESCO, podría suponer un pilar cultural básico en la formación para los niños de cualquier país, y bien podría contribuir a cambiar en alguna medida la faz espiritual de este planeta, pudiendo suponer incluso una importante ayuda para esa paz y esa libertad que todos necesitamos.

 

            Estoy convencido, Sr. Matsuura, que este próximo siglo será el de la consolidación de la transparencia y la apertura en muy diversos aspectos para la sociedad, y por ello tengo esperanzas de que propuestas como ésta no caigan en el olvido, y pudieran ser consideradas por usted, como Director General de la UNESCO, y como persona, además, que ha vivido y trabajado en diversos países con distintas confesiones religiosas.