Revista
iberoamericana de
contabilidad de gestión
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UNA NUEVA VISIÓN DEL CUADRO DE MANDO INTEGRAL
PARA
EL SECTOR PÚBLICO
Joao
Batista Barros da Silva Filho
Universidad
de Valladolid
resumen El Cuadro de Mando Integral, una herramienta de planificación y control de gestión de mayor actualidad nacida en el ámbito de la empresa donde la competitividad es una de sus principales características, se ha manifestado como herramienta de gestión de gran aprovechamiento para entidades no lucrativas y en particular en el ámbito de la actividad pública. Por supuesto que las perspectivas a considerar tienen una vertiente en parte diferente a la recogida en su aplicación al sector privado; sin embargo en su conjunto y con la adaptación imprescindible de las mismas a las características propias de las entidades que no persiguen un ánimo de lucro y caracterizadas por estar al servicio de la sociedad, la técnica del CMI puede ser de gran utilidad a la hora de establecer a partir de la misión, los objetivos concretos, diseñar el sistema de indicadores de ejecución y control, así como analizar los resultados alcanzados dentro de una lógica de fines o metas y medios o recursos necesarios. Dado que el CMI incorpora indicadores financieros y no financieros, su adaptación a entidades donde priman los segundos sobre los primeros adquiere especial relevancia. Por ello consideramos que su implantación a nivel del Gobierno y sus entidades públicas puede facilitar considerablemente la planificación y el control de las tareas que les son propias. palabras clave: Cuadro de mando integral, Contabilidad de gestión, Sector público, Control de gestión del sector público. Evaluación del desempeño.
abstract One of the most current tools of management planning and control is the Balanced Scorecard: an instrument created in the scope of the enterprises, where the competition is one of its main characteristics, has become a very useful management tool to nonprofit organizations, particularly in the public sector. Of course that the perspectives to be considered have a face that is in part different from the one that is presented in its application to the private sector; nevertheless, as a whole and with the necessary adaptations to the peculiarities of the nonprofit organizations, which are characterized by being in the service of the society, the BSC technique can be very useful to establish, from their mission, the concrete objectives, to design the indicators system of execution and control, as well as to analyze the achieved outcomes under a logic of aims or goals and necessary means or resources. Since the philosophy of the BSC incorporates financial and non-financial indicators, its adaptation to organizations that emphasize the second ones instead of the first ones gains special relevance. Hence, we consider that its implementation in government level and in public organizations may considerably facilitate planning and control of the specific tasks of public administration. key words: Balanced scorecard, Management accounting, Public sector, Management control in the public sector, Performance evaluation.
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1.
Introducción
El
método tradicional de evaluación del desempeño de una organización implica
el análisis de ratios financieros obtenidos normalmente a partir del balance de
situación y de la cuenta de resultados. Posteriormente los valores alcanzados
por los ratios son comparados con los obtenidos en períodos anteriores, de
donde se puede inferir una tendencia y, acto seguido, son sometidos a un análisis
cross-section respecto al promedio del
sector de actividad económica donde se enmarca la empresa estudiada.
Sin
embargo, la utilización de indicadores exclusivamente financieros puede generar
una visión miope respecto a la performance
de la organización. Por ello resulta necesario diseñar métodos alternativos
(o complementarios) de evaluación, entre los cuales destaca el Cuadro de Mando
Integral – CMI (Balanced Scorecard).
El
término Balanced Scorecard refleja,
como señalan Kaplan y Norton (1997, p. 8), “el
equilibrio entre objetivos a corto y largo plazo, entre medidas financieras y no
financieras, entre indicadores previsionales e históricos y entre perspectivas
de actuación internas y externas”. Al tener en cuenta el CMI tanto
indicadores financieros como no-financieros, permite efectuar una evaluación
general y relativa a distintos ámbitos organizacionales.
Por
otro lado, según los mismos autores, el CMI no fue concebido como un mero
instrumento de análisis, sino que constituye una herramienta de implementación
de la estrategia diseñada para la organización, pudiendo en ciertas
circunstancias colaborar, incluso, en la creación de dicha estrategia.
El
CMI está siendo utilizado en la actualidad por entidades de distintos sectores
económicos, especialmente en el ámbito de las empresas privadas; no obstante
ya hay experiencias de su aplicación al sector público. En Estados Unidos, por
ejemplo, la Procurement Executives’
Association – PEA (1999, p. 11), asociación que congrega a directivos de
los principales Departamentos del Gobierno Federal, recomendó la utilización
generalizada del Cuadro de Mando Integral en las agencias públicas
norteamericanas. En España, la Asociación Española de Contabilidad y
Administración de Empresas (AECA) está desarrollando una serie de documentos
orientados a su implantación en ayuntamientos, universidades, instituciones
sanitarias, entidades públicas e instituciones sin fines de lucro, entre otras.
En
este trabajo se aborda fundamentalmente la aplicación del CMI a las
organizaciones públicas, investigando acerca de las posibilidades existentes
mediante las necesarias adaptaciones al modelo inicialmente diseñado para
adecuarlo a las peculiaridades del sector gubernamental, concluyendo con la
propuesta de un modelo general de Cuadro de Mando Integral utilizable por el
sector público.
Para
alcanzar este objetivo, el trabajo está respaldado por discusiones y
experiencias de aplicación del CMI en el sector público ya desarrolladas o en
proyecto, planteando nuevos aspectos objeto de estudio. De este modo, se parte
del análisis de las relaciones del CMI con los objetivos estratégicos de las
organizaciones y las perspectivas consideradas por esa metodología respecto al
control del desempeño; así mismo se estudian las relaciones de causa-efecto
entre esas perspectivas. Posteriormente se analiza la aplicación del CMI al
sector público partiendo de un repaso acerca de su evolución, la misión y el
rol del Estado en la economía, trayendo a colación los planteamientos y
antecedentes más importantes de la aplicación del CMI al mismo. A continuación
se profundiza en el objetivo central de este estudio presentando un modelo de
CMI aplicable al sector público, rediseñando las perspectivas y la lógica de
causa y efecto del modelo original para finalizar destacando las conclusiones más
relevantes que se han obtenido.
2.
El Cuadro de Mando Integral
Aun
cuando el análisis del desempeño empresarial tradicional queda restringido al
ámbito financiero, muchas transacciones importantes que realizan las empresas
pueden expandir enormemente su mercado potencial y crear gran valor a largo
plazo para los grupos de interés, sin que tales consecuencias queden reflejadas
en los estados financieros. El CMI tiene en cuenta estos aspectos, planteando un
análisis mucho más completo y complejo del desempeño empresarial, al
configurar un sistema de indicadores que proporcionan una visión holística
integrada del mismo, tal como pusieron de manifiesto Stewart y Carpenter-Hubin
(2001, p. 39). Se trata de un conjunto de medidas que proporcionan a la alta
dirección una panorámica rápida y completa del negocio.
Uno
de los aspectos más importantes del CMI destacado por Kaplan y Norton (1997, p.
14), consiste en el equilibrio existente entre las distintas variables que son
incluidas en el análisis. Los indicadores del CMI reflejan un equilibrio entre
el ámbito externo cuya información está destinada a accionistas, clientes y
terceras personas interesadas, y el interno relativo a los procesos críticos
del negocio, la innovación, formación y crecimiento. Los indicadores mantienen
un análisis equilibrado entre los resultados ya obtenidos derivados de
esfuerzos pasados y los inductores que impulsan la actuación futura, guardando
equilibrio el cuadro de mando entre las mediciones objetivas y fácilmente
cuantificadas de los resultados y los subjetivos y en cierto modo críticos
inductores de resultados futuros.
El
Cuadro de Mando Integral evalúa la actuación empresarial a partir de distintos
indicadores no exclusivamente financieros agrupados en torno a cuatro
perspectivas fundamentales: la Financiera, la del Cliente, la del Proceso
interno y la de Formación y crecimiento. Todas ellas están interrelacionadas y
deben ser siempre analizadas conjuntamente. Estas relaciones se pueden presentar
como de causa y efecto, dejando claro que la acción en cualquiera de esas
perspectivas probablemente repercutirá sobre las demás.
Es intuitivo percibir cómo una mejora en el aspecto de formación, crecimiento y aprendizaje de la empresa, que casi siempre se refleja en el perfeccionamiento de sus recursos humanos, debe proporcionar una consecuente mejora en los procesos productivos, lo cual, sumado a la mejor atención al cliente, conduce a una mayor satisfacción de los consumidores; por su parte, estando éstos más satisfechos, los resultados financieros de la empresa deberán probablemente mejorar. Las empresas privadas suelen representar esta relación causal entre las distintas perspectivas por medio del denominado “mapa estratégico”, cuyo esquema se recoge en el Gráfico 1.
Gráfico 1.
CMI – Modelo Tradicional
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Se
debe enfatizar que estas consideraciones sobre el Cuadro de Mando Integral están
enfocadas respecto a las empresas en general; sin embargo en el presente estudio
centraremos la atención en la adaptación de este instrumento a las
organizaciones del sector público, habida cuenta de sus posibilidades de
aplicación teniendo como telón de fondo la participación del Estado en la
economía, así como la definición de su propia misión. Se presentan a
continuación los antecedentes teóricos y los modelos de CMI ya elaborados, en
cuanto tentativas de adaptación del mismo al sector público.
3.
CMI en el Sector Público
3.1. Evolución reciente de la gestión pública
En
los últimos años muchos países han experimentado una crisis de naturaleza
fiscal caracterizada por una
importante pérdida de crédito público y por la incapacidad creciente del
Estado para generar recursos que le permitieran financiar políticas públicas
(Bresser, 1997, p. 15). Al propio tiempo, los gobiernos se enfrentan al
reto de dirigir a una ciudadanía con mayor educación democrática, exigente,
participativa y ávida de estrategias y resultados gubernamentales que
garanticen mejores políticas sociales, una mayor transparencia de recursos y
crecimiento económico sostenido, entre otras prioridades. Resulta cada vez más
patente la necesidad de llevar a cabo una gestión más profesional y preocupada
por la economía, la eficiencia, la eficacia y la efectividad de las acciones
gubernamentales, dando lugar a lo que se conoce como New public Management (Mora y Vivas, 2001, p. 8).
De
este modo, herramientas de administración del desempeño como el CMI están
siendo analizadas y utilizadas por diversos gobiernos federales y locales, así
como por otros organismos públicos, presentando un enorme potencial de éxito
en la compleja tarea de administrar los bienes y servicios públicos (López,
2004, p. 1).
Evidentemente,
es preciso tener en cuenta la diversidad de organizaciones existentes dentro del
sector público. Algunas agencias
gubernamentales tienen metas claramente definidas, sus misiones son
relativamente no-cuestionables, se desenvuelven en un ambiente externo estable y
se conoce en profundidad el contenido de su actividad. Sin embargo, en otras sus
objetivos no están claros, las prioridades son polémicas, los ambientes
externos son turbulentos y no hay un sentido claro de lo que es la misión. Para
el primer grupo la medición del desempeño constituye un aspecto de su cultura
que reviste particular importancia, mientras que para el segundo resulta más
complejo aceptar el uso de indicadores de gestión (Radín,
2002, p. 2).
3.2.
Misión del Sector Público
La
crisis fiscal que afrontan hoy los gobiernos no implica, como es evidente, que
el sector público tienda a desaparecer, continuando vigente la
clásica explicación hacendística de que la economía privada es incapaz de
solucionar los fallos del mercado, dando lugar a la intervención del Estado en
la Economía, tal como han puesto de manifiesto Mora
y Vivas (2001, p. 7).
Según
Musgrave (1974), entre estas actividades están las llamadas funciones clásicas
del Estado, a saber: asignativa (prestación de servicios públicos y estímulo
a la producción y consumo de bienes y servicios privados por el mayor número
de ciudadanos), distributiva (disminución de las desigualdades económicas
entre clases sociales y regiones geográficas) y estabilizadora (mantenimiento
de niveles adecuados de inflación, empleo, cambio y crecimiento económico).
La misión o los objetivos de los Estados, conforme se recogen en sus propias constituciones, de alguna forma asumen estos conceptos. Así se infiere, por ejemplo, de los objetivos previstos en la versión provisional de la Constitución Europea:
a)
Promover la paz y el bienestar de sus pueblos.
b)
Ofrecer a sus ciudadanos un espacio de libertad,
seguridad y justicia sin fronteras interiores y un mercado interior en el que la
competencia sea libre y no esté falseada.
c)
Promover el desarrollo sostenible basado en un
crecimiento económico equilibrado y en la estabilidad de los precios, en una
economía social de mercado altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al
progreso social, y en un nivel elevado de protección y mejora de la calidad del
medio ambiente.
d)
Combatir la exclusión social y la discriminación
y fomentar la justicia y la protección sociales, la igualdad entre mujeres y
hombres, la solidaridad entre las generaciones y la protección de los derechos
del niño.
Una
breve observación de todos estos planteamientos nos permite percibir que forman
parte de aquello que convencionalmente se ha denominado como “bien común”.
El bien común es el bien de todos, pero dado que no todas las personas aspiran
al mismo bien, el Estado no puede compartir finalidades divergentes. De esta
manera la razón de la existencia del Estado reside en buscar el máximo
bienestar del conjunto de personas a las que sirve, es decir, la comunidad o la
sociedad sobre la que se establece, respetando los derechos y garantías
individuales fundamentales de la persona humana.
3.3.
Planteamientos Básicos de Adaptación del CMI al Sector Público
Una
primera cuestión de fondo surge, según Bastidas y Feliu (2003, p. 34), al
plantear la posibilidad de aplicación del CMI al sector público, es decir, si
es factible trasladar los conceptos del CMI al ámbito público, aunque con las
debidas adaptaciones, por tratarse de una práctica gerencial propia del sector
privado y siendo el ámbito de actuación de las empresas públicas totalmente
diferente.
Los
defensores de la aplicación de instrumentos de control de gestión en la esfera
pública recurren a los conceptos de adaptación e innovación y consideran que
la aplicación de una técnica originada en el sector privado necesita no sólo
de adaptaciones para adecuarse a las peculiaridades de este ambiente
organizacional, sino además disponer de herramientas innovadoras propias (Mora
y Vivas, 2001, p. 16).
Específicamente,
en lo que atañe al CMI hay que considerar que permite la introducción de
aspectos vinculados a la planificación estratégica en la Administración Pública,
lo que normalmente no forma parte de las preocupaciones de sus gestores, al
menos explícitamente. Además, está suficientemente constatado que la actuación
del sector público no puede ser evaluada simplemente por medio de un análisis
financiero. De hecho, junto con las magnitudes medidas por los indicadores
financieros concurren otras variables de gran interés en la evaluación de las
actividades de las organizaciones públicas.
Es
importante destacar que, como ya se mencionó, una gran parte del sector público
de numerosos países aún se ve envuelta en una crisis de naturaleza fiscal
derivada de la gran escasez de recursos financieros; al mismo tiempo los
gobiernos necesitan dar respuestas a una ciudadanía cada vez más participativa
y exigente. Ello obliga a las administraciones públicas a asumir la búsqueda
continua de la optimización de estos recursos escasos, lo que implica la
preocupación del gobernante por priorizar las necesidades, dejando de atender
frecuentemente algunas de las demandas de la población, pagando, incluso, el
precio electoral por esta decisión.
A
fin de optimizar la asignación de los recursos presupuestarios, maximizando el
beneficio de la mayor parte de la población y frustrando las aspiraciones del
menor número posible de ciudadanos, la gestión pública debe enfocar aquellas
actuaciones que efectivamente presenten resultados palpables y alineados con los
objetivos estratégicos planteados, es decir, los gobiernos tienen el deber de
asignar los recursos para obtener resultados, sin caer en la tentación de
presentar una imagen de satisfacción plena de las necesidades de los ciudadanos
(Drucker, 1999, p. 82), a costa de incurrir en déficits públicos
comprometedores del bienestar futuro de los ciudadanos.
Este
objetivo conlleva la necesidad de racionalizar los servicios públicos por medio
de una mejora continua de los procesos internos propios de la burocracia
gubernamental y de la propia estructura organizativa del aparato estatal. En
otras palabras: se ha de gastar de la forma más racional posible y obtener los
máximos resultados satisfactorios para la comunidad, evitando el aumento del
endeudamiento público y preservando, así, la capacidad futura del Estado para
prestar estos servicios.
De
hecho uno de los principios a que se sujetan los presupuestos públicos y que ha
recibido la mayor atención en nuestros días, es el del equilibrio
presupuestario que se consigue mediante la correlación entre ingresos y gastos.
Priorizado por los liberales (y neoliberales), transgredido por los keynesianos
en opinión de Giacomoni (1998, p. 78), este principio gana fuerza en la
actualidad ante la crisis fiscal generalizada de los sectores públicos,
preconizando que el presupuesto no debe prever ni superávit ni déficit en las
cuentas públicas. Por ello, también su ejecución debe perseguir este
equilibrio, evitando el déficit y en caso de que haya superávit, utilizándolo
para reducir la deuda pública.
Es
preciso ser conscientes de la dificultad que para muchos países supone mantener
el equilibrio en sus cuentas públicas. Evidentemente, es una realidad conocida
de los países en vías de desarrollo como Brasil y Méjico; sin embargo, se
trata de un problema presente también en los países más ricos y económicamente
desarrollados. Así, según el Informe General sobre la Actividad de la Unión
Europea en 2003, Francia y Alemania, han sobrepasado el límite de déficit público
previsto en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea (en un
3%), poniendo en riesgo los objetivos y el equilibrio financiero del conjunto de
los países miembros; de igual modo, las expectativas del nuevo gobierno
socialista español pasan por alejarse del equilibro presupuestario preconizado
por el anterior gobierno. Este comportamiento generalmente es debido al aumento
del gasto público con objeto de mantener la estabilidad y el crecimiento económico,
incentivando de este modo el gasto privado en momentos de recesión económica,
para reducir posteriormente el déficit en que se incurrió cuando la economía
vuelva a reactivarse.
La
aplicación de una herramienta de carácter gerencial como el CMI podría servir
como instrumento de implementación de un efectivo control de la actividad
estatal, permitiendo conciliar los objetivos de perfeccionamiento (perspectiva
de Innovación y crecimiento) y racionalización de los servicios públicos
(perspectiva de los Procesos internos), con objeto de optimizar la utilización
de los recursos con costes mínimos y, consecuentemente, con menores déficits
(perspectiva Financiera), dentro de un enfoque orientado a los resultados, es
decir, procurando la maximización de la satisfacción de los ciudadanos
(perspectiva de los Clientes). Además, por sus características de instrumento
de control estratégico, parece ser adecuado para monitorizar la ejecución de
los planes del gobierno y su comunicación a toda la máquina administrativa
gubernamental, haciendo surgir nuevos CMI en los niveles inferiores de la
Administración Pública alineados con el CMI original.
Algunas
de las principales críticas a la utilización del CMI en el ámbito público
han sido planteadas por Radin (2002, p. 1); entre ellas cabe destacar las
siguientes:
a)
La gestión basada en medidas del desempeño y
especialmente en los CMI no es una simple cuestión que se pueda resolver
internamente en el ámbito del gobierno, ya que hay muchos grupos de interesados
externos preocupados por que la medición del desempeño sea efectiva. Dado que
el CMI en general mide las funciones internas (procesos, recursos humanos y
finanzas) mucho más que las externas (clientes), su control no se extiende al “negocio clave” en la mayoría
de las organizaciones públicas.
b)
Dado que hay una gama muy diversa de organizaciones
públicas, no puede existir un único CMI para todo un gobierno, ni a nivel de
departamento, ni quizá tampoco a nivel de sectores.
c)
Los CMI no siempre miden aspectos que los
administradores de las organizaciones públicas puedan modificar; por tanto, los
beneficios motivacionales son pequeños.
La
primera crítica presentada aborda un aspecto que no es exclusivo de las
organizaciones del sector público. Cualquier organización posee stakeholders
interesados en su performance. Sin
embargo, según
diversos autores,
el CMI no
considera la
contribución de
estos stakeholders
–empleados, suministradores, acreedores y otros–
al logro de las metas organizacionales. Así pues, esta crítica no iría
dirigida a la aplicación del CMI a las organizaciones públicas, sino al propio
modelo del CMI. Sin embargo, es importante resaltar que una de las dimensiones
fundamentales del mismo atañe a los clientes, quienes para muchos son los
principales stakeholders externos de una organización. Especialmente en el
caso de las organizaciones públicas, el CMI se debe centrar en los ciudadanos
quienes, al fin y al cabo, son los que representan su “negocio clave”.
La
segunda crítica no puede prosperar en la medida en que la aplicación de un
modelo del tipo CMI a un gobierno u organización gubernamental no tiene que ser
necesariamente uniforme, sino armónica. En la práctica, un plan estratégico
diseñado por la cúpula del gobierno se va matizando en distintos enfoques al
paso que se desglosa por los diferentes niveles de la organización.
La
última crítica plantea un problema que no constituye ningún impedimento para
la implantación del CMI, por tratarse de una mera limitación a su perfecta
ejecución. Creemos que los beneficios de su adopción sobrepasan en mucho a sus
desventajas o limitaciones. Además, este problema motivacional puede ser
minimizado en la medida en que se efectúen las adaptaciones necesarias del
modelo para ajustarlo a la realidad del entorno, complementándolo o combinándolo con otras orientaciones estratégicas y
de gestión (Bastidas y Feliu, 2003, p. 31).
3.4.
Modelos Antecedentes
Mientras
para algunos autores la aplicación del CMI al sector público exige únicamente
introducir determinados cambios conceptuales en el modelo original, manteniendo
sus cuatro perspectivas, adaptando sus contenidos a la realidad de las
administraciones públicas y alterando circunstancialmente las relaciones de
causa y efecto entre dichas perspectivas, otros autores, por el contrario, no
están de acuerdo con este planteamiento y creen que los cambios a introducir
han ser de naturaleza estructural, siendo preciso suprimir, incluir, sustituir o
desglosar perspectivas a fin de adecuar mejor el modelo a la realidad de la
Gestión Pública.
Así,
Bastidas y Feliu (2003, p. 39) proponen un nuevo modelo de CMI según recoge el
Gráfico 2, introduciendo los siguientes cambios:
a)
Tres perspectivas paralelas ocupando la más alta
jerarquía en la estructura del CMI: Usuario, Comunidad y Perspectiva
Medioambiental.
b)
La Perspectiva de Aprendizaje y Crecimiento será
sustituida por la Perspectiva Humana e incluirá los objetivos concernientes a
la propuesta de valor para los recursos humanos de la organización.
c)
La Perspectiva Financiera constituirá un medio
para alcanzar los fines de las perspectivas anteriores y se medirá en términos
de economía, eficiencia, eficacia y efectividad.
d)
Dado que la Perspectiva Interna define los factores
críticos del éxito, la entrega de valor por los proveedores se considerará
una variable clave y la comparación con sus rivales más inmediatos podrá
servir de método para impulsar la mejora y la innovación en los procesos.
e)
Se ha de integrar la planificación estratégica
como un proceso indispensable de identificación de los stakeholders, sus intereses, posibilidades de conflictos e
influencias de poder.
El
modelo presentado aporta como principal innovación la división de la
perspectiva del Cliente en tres aspectos: Usuario, Comunidad y Medioambiente. En
nuestra opinión es válida la distinción entre Usuario y Comunidad. De hecho,
en muchos momentos, los intereses individuales pueden estar contrapuestos a los
de la comunidad (sociedad), correspondiendo al Estado decidir a quién
satisfacer.
Gráfico 2
Modelo Bastidas-Feliu.
Por otro lado, ello no justifica quebrar la perspectiva original del modelo en razón de la existencia de esta diferencia de intereses. En verdad, debemos tener en cuenta que ahí están representados individuos a título personal y distintos grupos de individuos (sindicatos, políticos, funcionarios públicos, empresarios, etc.) con intereses muchas veces completamente divergentes. Además, en esta misma perspectiva está inserta la comunidad, entendida como el conjunto de todos los individuos y grupos atendidos por la entidad pública considerada. En cuanto al Medioambiente, a pesar de su importancia, no puede constituir una perspectiva independiente, ya que su preservación ha de ser uno de los valores y objetivos más caros de la comunidad.
Niven
(2003, p. 32) presenta un modelo algo distinto del CMI original, conforme se
puede observar en el Gráfico 3. En este caso, el elemento innovador reside en
el posicionamiento de la Misión en la cúspide del CMI, manteniendo la
Estrategia en el centro de todo el proceso.
Gráfico 3
Modelo Niven
Según
el autor, las organizaciones públicas trabajan para atender propósitos mucho más
elevados y, aunque se pueda cuestionar si la organización tiene control total
sobre su misión, ésta debe orientar siempre todas las acciones de la entidad.
Es
interesante ser conscientes de que alcanzar la misión no se confunde con
satisfacer a los clientes, aunque frecuentemente ambas concurren de forma
simultánea. El problema surge dado que hay organizaciones cuya misión
está claramente ligada a la satisfacción de una necesidad de los ciudadanos
(educación, salud, trabajo, etc.), mientras que hay otras para las que esta
relación no es tan directa (hacienda, relaciones internacionales, etc.); de
manera que, si la organización se concentra en su misión, cuando ésta es
aplicable, ha de satisfacer también a los usuarios.
Desde
el punto de vista de la relación de causa y efecto, el autor argumenta que la
perspectiva Financiera actúa como una restricción (presupuestaria) a la
aportación de recursos para programas de crecimiento y aprendizaje de los
funcionarios públicos. Asignar recursos para este fin puede promover una mejora
significativa en la racionalización de los servicios públicos, obteniendo
desempeños innovadores; esta mejora en los servicios públicos genera mayor
satisfacción de los clientes (usuarios). En consecuencia, el orden de las
perspectivas sería: Financiera, Crecimiento, Procesos y Clientes.
Uno
de los propios creadores del CMI, Kaplan (1999) propuso adaptaciones al modelo
original para tener en cuenta las particularidades del sector público. Su
modelo puede ser representado por el Gráfico 4.
Gráfico 4
Modelo Kaplan
La
lógica del modelo parte de la perspectiva de crecimiento y aprendizaje como un
paso necesario para la mejora continuada de los procesos internos, siguiendo la
misma lógica del modelo original del CMI para las empresas privadas; sin
embargo, como resultado del perfeccionamiento de los procesos, se desencadenan
efectos en tres perspectivas. De este modo, de la combinación de las
perspectivas Financiera y de los Usuarios del modelo original surge un conjunto
de tres nuevas perspectivas: Coste de los servicios, Beneficios de estos
servicios y Legitimación política y social. En otras palabras, el
perfeccionamiento de los procesos internos deriva en menores costes y mayor
calidad de servicio para los usuarios (electores y contribuyentes) atendiendo a
las expectativas de las autoridades responsables de la autorización del
presupuesto del año siguiente (en general los parlamentos o consejos).
En
todo caso, las posibilidades de modificación del modelo inicial son
innumerables, especialmente cuando pensamos en la diversidad de organizaciones públicas
existentes. Es evidente que, tratándose de un modelo general, la aplicación
del CMI a las diversas organizaciones debería conllevar adaptaciones mucho más
conceptuales que estructurales. Sin embargo, algunas organizaciones del sector público
pueden percibir que las dimensiones originalmente diseñadas para el CMI se
quedarían lejos de sus planteamientos y de sus indicadores concretos. Por ello
elaboran CMI’s que contemplan dimensiones mucho más específicas y próximas
a su realidad. Stewart y Carpenter-Hubin (2001, p. 40), buscando diseñar un CMI
adaptado a la realidad de las universidades públicas norteamericanas,
encontraron apropiado utilizar cinco dimensiones, a saber: Excelencia académica,
Aprendizaje de los estudiantes, Extensión y vinculación con la comunidad,
Diversidad y Gestión de recursos.
4.
Nuevo Modelo de CMI para el Sector Público
La
misión de una organización es el punto de partida para la confección de sus
planes estratégicos y, en consecuencia, para la implementación de la
estrategia empresarial. Como ya se mencionó, la misión del Estado –la
consecución del bien común– contiene conceptos muy amplios y que permiten la
adopción de distintos caminos alternativos para alcanzarla. De hecho,
dependiendo de las visiones e ideologías de los grupos políticos que se
encuentran en el poder, surgen distintas estrategias de actuación, convirtiendo
la misión y los objetivos del Estado en la misión y objetivos del Gobierno.
Estos objetivos se desarrollan a lo largo de los niveles inferiores del aparato
público, desglosándose en objetivos específicos de cada unidad
organizacional. En primer lugar son adaptados a nivel ejecutivo (ministerios,
secretarías, servicios etc.), dependiendo de su ámbito gubernamental
(nacional, regional o local). Seguidamente se desciende a los niveles
inferiores, conforme muestra el Gráfico 5.
Gráfico 5
El desglose de los objetivos en el Sector Público
|
Fuente:
Elaboración propia, adaptada de López (2004, p.2).
Solamente
mediante la adopción de medidas de control del desempeño el sector público
podrá conseguir y verificar cambios reales en la situación de los ciudadanos
(Niven, 2003, p. 32). En este sentido, el CMI constituye una herramienta
adecuada para facilitar esta “cascada” estratégica y posibilitar el control
de los objetivos perseguidos por las entidades del sector público.
Tampoco
se ha de perder de vista, de acuerdo con Horváth & Partners (2003, p. 446),
que para evitar la práctica de una política simbólica, hay que concretar la
estrategia; los objetivos políticos estratégicos han de enlazarse con los
indicadores de resultados alineados con ellos en base a la planificación de los
recursos y el diseño de acciones estratégicas específicas. La medida del
desempeño a través de los resultados reviste particular relevancia en orden a
aumentar el sentido de responsabilidad y la ampliación de las prestaciones. De
este modo, el control de los resultados permite valorar el grado de cumplimiento
de la estrategia.
En
el presente artículo se plantean modificaciones del modelo original del CMI,
tanto a nivel de las perspectivas, como a nivel de las relaciones de causa y
efecto, con objeto de adaptarlo a las peculiaridades del ámbito de la actuación
pública. Esta acción de rediseño del modelo constituye, en definitiva, un
enorme reto. Para lograrlo partimos de dos premisas fundamentales:
a)
Habida cuenta que el CMI aplicable al sector privado es un modelo muy
estable en la literatura especializada, los cambios han de ser los estrictamente
necesarios, preservando al máximo la integridad original del modelo, siendo las
alteraciones preferentemente conceptuales y en menor medida estructurales.
b)
El entorno público es muy complejo y amplio, presentando características
muy distintas en relación con el sector privado; ello justifica los cambios
necesarios para su adaptación.
4.1.
Un Nuevo Diseño de Perspectivas
A
continuación se presentan algunas adaptaciones relativas a las perspectivas del
modelo original de CMI para adecuarlas a la realidad de las organizaciones públicas.
A tal fin se introducen en el modelo dos nuevas perspectivas derivadas de las
originales: la perspectiva de Gobernabilidad y la del Marco Legal.
4.1.1.
Perspectiva Financiera
En
el sector privado esta perspectiva asume la cima jerárquica del CMI. De hecho
hay una clara distinción entre los objetivos del sector privado y los del público
a este respecto. Mientras el sector privado busca excedentes financieros y la
maximización del valor de la empresa en el mercado, el sector público plantea
como objetivos el equilibrio financiero y la maximización del bienestar de los
ciudadanos.
Sin
embargo, en el ámbito público esta perspectiva presenta facetas muy distintas:
por un lado, no constituye necesariamente un objetivo, sino que, según Kaplan
(1999, p. 3), reviste un carácter restrictivo en función de la disponibilidad
de recursos. Bajo otro punto de vista, se orienta al mantenimiento del
equilibrio presupuestario; además, permite plantear objetivos de reducción de
costes y de eficiencia en la recaudación.
Según
PEA (1999, p. 7), la perspectiva Financiera ostenta en las organizaciones públicas
un papel de autorización o restricción del gasto, pero raramente constituirá
el objetivo primario de su negocio. De hecho, los éxitos en las organizaciones
públicas deben ser medidos en razón de cómo atienden a las necesidades de los
ciudadanos. Así pues, dentro del gobierno, esta perspectiva enfatiza la
eficiencia en costos, es decir, la habilidad para ofrecer máximo valor a la
comunidad con el mínimo gasto.
Según
López (2004, p. 3), la perspectiva Financiera implica, que la institución pública
debe asignar los recursos destinados a aquellos proyectos y acciones estratégicas
que van a incidir directamente en los ciudadanos, de modo que su ausencia o mala
aplicación impactará directamente en la calidad de los servicios y en la
percepción de los ciudadanos, los cuales son en definitiva quienes financian la
actividad estatal.
Los
recursos para la financiación del sector público son obtenidos
mayoritariamente a partir de la tributación de la economía privada; es decir:
parte de la riqueza de la comunidad es destinada a costear las actividades del
Estado. La responsabilidad de los gobiernos en lo que respecta a los ingresos
comprende la eficiencia en la recaudación (mínimo nivel de impago y mínima
evasión fiscal a un mínimo coste operacional) y el mantenimiento de estas
fuentes de recursos, lo que implica mantener la credibilidad ante la comunidad
en cuanto al cumplimiento de su misión institucional.
Hay
que recordar que el análisis de la actuación de las entidades públicas y su
financiación lo efectuamos desde la perspectiva del presupuesto; sin embargo,
el poder de decisión sobre el mismo es ajeno a las propias organizaciones, al
corresponder en última instancia a los órganos legislativos del poder público.
El presupuesto pasa así a formar parte del marco legal estatal, una condición
anterior y restrictiva de las actividades de las organizaciones públicas. En
otras palabras, las inversiones del poder público, incluso aquellas destinadas
a innovación, formación, organización y mejora de los procesos internos, son
necesariamente precedidas de su inclusión en el presupuesto que será sometido
a autorización.
Así
se presentan de un lado condiciones restrictivas de la actividad y de otro,
resultados u objetivos de esta misma actividad. Consideramos, pues, que esta
perspectiva debe ser escindida, transfiriendo los aspectos legales y de
autorización a una nueva perspectiva, el Marco legal, tal como será explicada
en el apartado 4.1.6.
La
mayoría de las agencias públicas efectúan el control básicamente sobre los
gastos y raramente sobre los ingresos, de modo que frecuentemente la perspectiva
Financiera queda restringida casi exclusivamente a una mera gestión de costes.
Sin embargo, no se puede olvidar que la elaboración del presupuesto parte por
regla general de la iniciativa de los gobiernos (Poder Ejecutivo), poniendo de
manifiesto su influencia en el proceso junto a los órganos legislativos.
4.1.2.
Perspectiva de la
Comunidad
Esta
perspectiva contempla aspectos tales como la habilidad de la organización para
proveer bienes y servicios de calidad, la efectividad con la que éstos son
ofrecidos y sobre todo, la atención al cliente y su satisfacción. En las
organizaciones públicas, al contrario que en las privadas, la perspectiva de
los Clientes (ciudadanos) y demás stakeholders
tiene preferencia sobre los aspectos financieros, pues en relación con dichos
grupos, los organismos públicos deben tener enfoque diferente y mayores
responsabilidades que las empresas del sector privado.
Una
de las críticas al modelo CMI, conforme ya se expuso, consiste en que subestima
el papel de los stakeholders en el
desarrollo de las actividades de la organización. Este aspecto resulta
particularmente importante en un modelo aplicable al sector público. De hecho,
la perspectiva de los Clientes no puede ser contemplada simplemente como un
objetivo de la acción gubernamental, sino que es preciso también tener en
cuenta el conjunto de grupos que influyen decisivamente en la orientación de
las actividades públicas.
Hemos
de destacar en primer lugar que la actividad pública presenta casi siempre
características monopolísticas, es decir, sin competidores, al contrario de lo
que ocurre en la mayoría de los sectores económicos privados. Ello puede hacer
-y posiblemente durante mucho tiempo así ha ocurrido- que la preocupación por
los clientes haya sido escasa en las organizaciones gubernamentales. Por ello,
frente a los nuevos paradigmas de gestión aplicados al sector público, entre
ellos el CMI, esta dimensión presenta una posición de primacía en la lógica
de los servicios estatales.
Vislumbrando
un Cuadro de Mando Integral que se explaya por todo el ámbito de un gobierno
nacional, regional o local, esta perspectiva es denominada por López (2004, p.
3) como “Enfoque del impacto del gobierno al ciudadano” y defiende que para
la mayoría de los gobiernos e instituciones públicas es la más importante
debido a que la razón de ser de dichas instituciones consiste en servir al
ciudadano.
El
éxito de una entidad pública se cifra, pues, en satisfacer a sus clientes,
quienes a la vez son electores de los responsables públicos. Sin embargo, identificar quiénes son estos clientes
constituye un gran reto para las instituciones, ya que hay distintos grupos que
demandan, pagan y se benefician de sus servicios. La policía, por ejemplo, al
detener a los delincuentes, no debe pensar en medir la satisfacción de los
ciudadanos directamente beneficiados por su actuación, sino que en consonancia
con la misión del sector público de procurar el bien común, es el conjunto de
los ciudadanos -la comunidad- quien se beneficia en este caso (Kaplan, 1999, p.
4).
Otra
posibilidad lógica apuntada por Niven (2003, p. 34) consiste en identificar a
la comunidad con sus representantes, generalmente elegidos democráticamente y
que participan de los órganos legislativos o fiscalizadores ya que, mediante la
aprobación de la Ley de Presupuestos, ellos son los responsables de garantizar
los fondos necesarios para desarrollar las actividades gubernamentales, así
como de recibir de los gobiernos la rendición de cuentas de las actividades
realizadas, por imperativo legal. Esta dimensión de la perspectiva de los
usuarios que precede a la aprobación del presupuesto y, por tanto, a la
asignación de recursos financieros para los proyectos gubernamentales, queda
mejor comprendida cuando es transferida a una nueva perspectiva, denominada de
“Gobernabilidad”, tal como se comentará en el apartado 4.1.5.
De
todas formas es importante resaltar que hay organizaciones que prestan servicios
nítidamente públicos, es decir, de naturaleza colectiva. En estos casos han de
establecerse indicadores de satisfacción y mejora de la situación global de la
comunidad (o de la sociedad). Por otro lado, ciertas entidades prestan servicios
de naturaleza privada con elevadas externalidades positivas (bienes
preferentes), como salud, educación, vivienda etc. Así pues, aunque sea muy
importante prestar atención al nivel individual de satisfacción respecto a los
servicios prestados, también es la comunidad quien está en el centro de las
preocupaciones de la Administración Pública que ofrece estos servicios en su
objetivo de mejorar los indicadores de salud, nivel educacional de toda la
población, reducción de la violencia etc., esencialmente bajo un prisma
colectivo.
Finalmente,
se ha de tener presente que, como señalan Horváth & Partners, en ocasiones
puede ocurrir que de las actuaciones estratégicas no se deriven los resultados
deseados por circunstancias ajenas al Gobierno o la Administración, debido a la
coyuntura política general y/o social. La evaluación de los resultados deberá
recoger el grado de incidencia de tales imponderables.
4.1.3.
Perspectiva de los Procesos Internos
Esta
perspectiva del Cuadro de Mando Integral centra su atención sobre las
operaciones y actividades de la organización, lo que se puede definir como su
“modo de hacer” y trata de monitorizar aquellas actividades que aumentan la
percepción de valor por parte del cliente en relación con los bienes y
servicios ofrecidos por la entidad; está profundamente relacionada con el
concepto de eficiencia y en este sentido no difiere mucho del sector privado.
Los
procesos internos recogen la denominada “cadena de valor” que agrupa tres
procesos principales: innovación, procesos operativos y servicio posventa.
Innovar es esencial para atender a los cambios de demanda o a las necesidades de
los ciudadanos y elevar su nivel de satisfacción; los procesos operativos
implican la conjunción de los recursos necesarios para su utilización en la
oferta de bienes y servicios públicos; por su parte, el mantenimiento de la
atención a los ciudadanos una vez suministrado el servicio se asimila a la fase
de posventa, la cual representa un elemento de feedback.
Es
evidente que esta perspectiva resalta aquellos procesos que pueden llevar a una
mayor satisfacción de la comunidad atendida por el gobierno. Como destaca Niven
(2003, p. 35), para satisfacer los objetivos y las expectativas de los
ciudadanos las agencias deben identificar sus procesos y competencias clave en
los que deben ser sobresalientes. Su impacto sobre la sociedad ha de ser
monitorizado para garantizar que los resultados sean satisfactorios.
Fundamentalmente
esta perspectiva engloba los conceptos de “economía”, “eficiencia”,
“eficacia” y “efectividad” complementados con el concepto de
“excelencia”; ellos permiten definir los indicadores básicos de medida de
la gestión (AECA, 1997, p. 21). En otras palabras, los objetivos perseguidos
consisten en la racionalización de los servicios públicos, la eficiencia en
costes, la maximización del valor prestado a los ciudadanos y la calidad del
servicio. La eficiencia en costes engloba, incluso, a los costes sociales y
ambientales, dado que las organizaciones públicas, al prestar servicios o
entregar bienes a la comunidad, han de preocuparse por reducir los impactos
negativos sobre el medio ambiente y evitar el agravamiento de los problemas
sociomedioambientales.
Sin
embargo, uno de los aspectos más destacables de la realidad del sector público,
con menor incidencia en el entorno anglosajón y mayor en el mundo latino,
consiste en la necesidad de establecer normativas referentes a procedimientos,
rutinas y procesos, sean éstos de carácter legal, o provengan de normativas
internas. Ejemplos claros de ello son las normas específicas para efectuar
compras de materiales, bienes y servicios por las agencias públicas. De la
misma forma, también en la contratación de funcionarios se siguen pautas muy
específicas y predeterminadas, de modo que frecuentemente, para cambiar estos
procedimientos es necesario previamente modificar los instrumentos legales que
les dan soporte, lo que no siempre resulta sencillo.
4.1.4.
Perspectiva de Innovación, Formación y Organización.
Una
primera cuestión que se plantea en relación con esta perspectiva originalmente
descrita como “Innovación, formación y crecimiento” parte de la
consideración de que si para las empresas privadas uno de sus objetivos más
importantes es el crecimiento, para las organizaciones públicas su equivalente
consiste en la determinación de la correcta dimensión del sector público
dentro de la economía y la vida de los ciudadanos; su importancia ha ido en
aumento en razón de la crisis fiscal ya comentada, dando lugar a tendencias de
mantenimiento o disminución de la intervención estatal (política de
privatizaciones, reducción de impuestos, etc.), pero con una consecuente mejora
en los diseños organizativos de la administración pública, dentro de un
proceso que se ha denominado de Reforma del Estado.
Esta
perspectiva se orienta a la formación y mejora de las habilidades de los
funcionarios públicos, la calidad de los sistemas de información utilizados
por las agencias públicas y los efectos de un alineamiento organizativo a fin
de que se alcancen los objetivos definidos por la entidad (PEA, 1999, p. 8). Los
procesos sólo tendrán éxito si son conducidos por funcionarios motivados y
bien informados, capaces de asumir nuevas responsabilidades (enpowerment) y adquirir nuevas habilidades. Los directivos, por su
parte, han de preocuparse por llevar a cabo nuevos diseños organizativos y la
adquisición de nuevas tecnologías.
Mora
y Vivas (2001, p. 82) entienden que hablar de formación e innovación implica
determinar las particularidades que presenta una entidad pública en relación
con los recursos humanos de que dispone. Sin embargo, se ha de tener en cuenta
además, que si se ha concretado la necesidad de innovar y destinar recursos a
la investigación y desarrollo de nuevos procesos, resulta evidente que el
personal de la organización ha de poseer aptitudes y actitudes en relación con
los cambios que se produzcan. Además, no se trata solamente de capacidades y
habilidades, sino también de motivación y capacidad de los directivos para
saber delegar.
López
(2004, p. 3) considera que esta dimensión es la que respalda a todas las demás
y su aplicación al sector público constituye una mezcla entre el desarrollo
individual de los funcionarios y el de la propia institución pública (enfoque
de aprendizaje y crecimiento).
Esta
perspectiva que Bastidas y Feliu (2003, p. 37) definen como “humana” engloba
la implantación de condiciones que promuevan la creatividad organizativa, la óptima
gestión de la información y la potenciación de instrumentos de comunicación
tanto interna como con el medio exterior, contexto en que se justifican, por
ejemplo, inversiones en instrumentos de ofimática y telemática.
Una
vez más se ha de tener presente que estas inversiones de los recursos públicos
dependen de la autorización legislativa y a ello están definitivamente
condicionadas. Además, con frecuencia los funcionarios públicos están
sometidos a regímenes jurídicos especiales, distintos de los que afectan a los
trabajadores del sector privado, donde se regulan sus derechos y deberes.
Aspectos tales como los salarios, la forma de contratación, los compromisos de
dedicación y muchos otros vienen definidos por ley y sólo a través de ella se
pueden modificar. Dependiendo de la rigidez de este marco legal, la innovación
puede ser mucho más lenta que en el sector privado y llegar a requerir cambios
en los propios instrumentos legales reguladores.
4.1.5.
Perspectiva de Gobernabilidad
Los
planes de gobierno, los proyectos y las políticas públicas no pueden ser
implementados en función de la simple voluntad de los gobernantes. Hoy día,
con la facilidad de difusión de la información, estos planes y proyectos son
conocidos incluso antes de que estén formalmente elaborados. Dependiendo de su
importancia, pueden atraer el interés de los individuos, los grupos sociales,
las organizaciones y los partidos políticos. Esta repercusión en el seno de la
comunidad provoca cambios en el propio proceso de formulación de las
iniciativas gubernamentales.
En
general, la intención del gobernante se orienta a preservar los intereses y
objetivos planteados en su concepción original; sin embargo, frecuentemente éstos
se han de someter a la negociación con distintos grupos de interés (stakeholders)
para obtener su aceptación y apoyo para finalmente ser negociados con las
fuerzas políticas capaces de garantizar la aprobación de las propuestas en el
ámbito de los órganos legislativos (congreso, parlamento, consejo etc.).
La
aprobación de los planes plurianuales y, especialmente, de la ley del
presupuesto anual constituyen los casos más emblemáticos, pues van precedidas
de un intenso proceso de negociación que le sirve al gobierno para contrastar
su nivel de gobernabilidad. Muchas veces la negociación con la comunidad y con
las fuerzas políticas tiene lugar de forma simultánea, ya que los órganos
parlamentarios son permeables a la influencia de determinados grupos de interés.
El
gobierno debe en todo momento evaluar el soporte político de que dispone, tanto
en relación con los grupos de interés, como respecto a las fuerzas políticas
que tienen competencia para autorizar sus iniciativas, monitorizando indicadores
como mayoría parlamentaria y evaluación del gobierno por
parte de distintos grupos con participación política activa. A partir
de la articulación de dichas fuerzas políticas puede construirse o modificarse
el marco legal e institucional que será el telón de fondo sobre el cual el
gobierno desarrollará sus actividades.
Es
preciso resaltar que estos mismos grupos que autorizan el presupuesto, los
planes y todas las propuestas de alteración del marco legal presentadas por el
gobierno, exigirán una posterior rendición de cuentas de los resultados
alcanzados.
La
introducción de esta perspectiva viene a paliar una de las críticas hechas al
modelo CMI, cual es la no consideración de los stakeholders como grupos influyentes en los rumbos de las
organizaciones. Evidentemente, se ha de tener en cuenta que esta perspectiva
presenta mayor consistencia cuando estamos construyendo un CMI aplicable a la
totalidad del gobierno, resultando en ocasiones menos significativa cuando nos
referimos a una organización pública de forma aislada.
Por
otra parte, también es preciso considerar que, dada la complejidad y variedad
de las instituciones públicas estructuradas en distintos niveles (nacional,
autonómico, provincial, local, etc.) que frecuentemente responden a intereses
diferentes y en ocasiones divergentes, el Gobierno desempeña una función básica
de “coordinación”: coordinación entre él mismo y su partido político,
entre las diferentes administraciones públicas, entre el poder legislativo y el
ejecutivo, así como entre los diferentes niveles de autoridad dentro de cada
uno de los estamentos.
4.1.6.
Perspectiva del Marco Legal
Uno
de los pilares del Estado de Derecho consiste en que los gobernantes deben
actuar dentro de los estrictos límites previstos por el ordenamiento jurídico
vigente. Esta es una característica que se extiende a toda la esfera pública,
constituyendo un rasgo destacado de su cultura. El principio de legalidad en la
gestión pública adopta distintas formas en los diversos países; pero
esencialmente implica que, al contrario de lo que ocurre en la gestión privada
donde se puede hacer todo lo que no prohíbe la ley, en la gestión pública sólo
es posible hacer lo que esté previamente autorizado. En el fondo de este
planteamiento subyace el hecho de que, mientras los particulares pueden elegir
libremente su forma de actuar, en el ámbito público las actuaciones han de
ser, por regla general, restrictivas.
En
consecuencia, esta perspectiva recoge una serie de fuertes condicionamientos de
la acción gubernamental que se convierten en ocasiones en factores restrictivos
o impedimentos para la concreción de planes y proyectos.
En
este ámbito están incluidos los condicionamientos vinculados entre otros, a la
ley presupuestaria, que distribuye los recursos disponibles entre las distintas
áreas de actuación del gobierno y autoriza el gasto, al régimen jurídico de
los funcionarios públicos, así como a las normativas relativas a la adquisición
de bienes y contratación de servicios. Tales ejemplos representan cuestiones
originalmente ligadas, respectivamente, a las perspectivas Financiera, de
Innovación, formación y organización, y de Procesos internos, las cuales han
sido transferidas a esta perspectiva independiente para destacar el carácter
restrictivo del Marco legal respecto a la gestión pública, y que condiciona
las iniciativas relativas a las demás perspectivas del modelo.
No
obstante, el Marco legal no constituye una perspectiva exógena respecto de las
actividades gubernamentales, pues el propio gobierno, ya sea por iniciativa del
poder ejecutivo, ya por medio de sus líderes en los órganos parlamentarios,
presenta dentro de este marco propuestas de modificaciones que le permitan o
faciliten la implementación de sus planes y la potenciación de los resultados.
Evidentemente, las alteraciones dentro del Marco legal dependen sobremanera del
desempeño del gobierno en la dimensión de la Gobernabilidad, es decir, de la
obtención de un respaldo mayoritario que permita su ejecución.
4.2.
Una Nueva Lógica de causa y efecto
Las
agencias públicas tienen el rol de concretar la misión y los objetivos
gubernamentales siendo, por tanto, las responsables de prestar atención a las
necesidades de los ciudadanos. Tanto Kaplan (1999, p. 4) como Niven (2003, p.
33) destacan cómo la Misión debe ser el punto de partida del CMI para el
Sector público; las demás perspectivas del modelo deben ser vistas como medios
para alcanzar esta misión.
En
general, la Misión del Estado, como ya se comentó, consiste en maximizar el
bienestar de la comunidad, identificándose con una de las perspectivas del CMI
que aquí se presenta. Sin embargo, es importante hacer la distinción entre un
modelo de CMI para todo un gobierno (nacional, regional o local) y un CMI para
una organización pública específica de este gobierno. En este segundo caso,
la agencia pública se va a responsabilizar de un aspecto concreto de la
compleja función de satisfacer las necesidades de la comunidad, traduciéndolo
en una misión específica tal como la reducción de la pobreza, de la
desnutrición, del analfabetismo, la mejora en los niveles de salud pública,
etc.; en todo caso, la Misión ocupa la cima del modelo.
Gráfico 6.
Un nuevo modelo de CMI para el sector público
|
El Gráfico 6 presenta
una adaptación del modelo de CMI al ámbito gubernamental, constituyendo la
Misión el objetivo final de toda la acción estatal y la razón de ser de las
demás perspectivas del modelo, como se acaba de comentar.
Se
puede apreciar la relación de causa a
efecto entre cada una de las perspectivas y el impacto que sobre las demás se
deriva de cumplir o no los objetivos de cada una de ellas, lo que ayuda a los
gobernantes a comprender de manera sistémica el aparato gubernamental y a tener
una visión integrada al tomar determinadas decisiones de impacto directo sobre
alguna de las perspectivas mencionadas. (López, 2004, p. 4).
En
los Estados de derecho, la aplicación de los planes y proyectos de los
gobiernos depende de su aprobación por los órganos colectivos de representación
popular que en general forman parte del Poder Legislativo. Para mantener el
control permanente de las actuaciones y conseguir la aprobación de sus
proyectos, el gobierno necesita establecer un nivel seguro de gobernabilidad por
medio de alianzas y articulaciones políticas, verificando a menudo si esta base
de apoyo persiste o si se han producido cambios significativos. Además, el
respaldo para la consecución de sus planes y proyectos depende en cierta medida
del apoyo de grupos sociales o económicos debidamente organizados (incluida la
prensa) que poseen influencia significativa, bien a través de sus
representantes en los órganos parlamentarios, bien a través de otros canales
mediáticos.
La
gestión pública presenta como una de sus principales características el
respeto al principio de legalidad. Normas obsoletas o inadecuadas pueden
comprometer, en definitiva, la performance
de la administración pública. Un buen desempeño en términos de
Gobernabilidad proporciona las condiciones necesarias para que se introduzcan
modificaciones o se preserven instituciones del ordenamiento jurídico vigente
que permitan o faciliten la realización de los planes del gobierno
posibilitando el perfeccionamiento de las actividades operacionales de las
organizaciones públicas.
En
este sentido, uno de los puntos fundamentales de este marco legal es el relativo
a la aprobación del presupuesto anual que va a asignar los recursos para los
gastos e inversiones del poder público en el período, dejando claro el carácter
restrictivo del mismo, así como de la propia perspectiva del Marco legal. Los
gobiernos y las organizaciones públicas han de mantenerse atentos a la
contribución positiva o negativa de los cambios introducidos en sus planes y
actividades, utilizando los canales disponibles para intentar minimizar sus
efectos negativos y fortalecer los positivos.
A
partir de un Marco legal definido y de los recursos aprobados en el proceso
presupuestario, el gobierno puede efectuar inversiones vinculadas a la
perspectiva de Innovación, formación y organización. Esto implica conferir más
competencias y habilidades a los funcionarios públicos, así como suministrar
nuevas tecnologías y diseños organizativos con vistas a la modernización de
la administración pública. Funcionarios entrenados y motivados, con acceso a
la mejor tecnología y debidamente organizados y coordinados desarrollan una
mayor creatividad, productividad y capacidad de innovación.
En
estas condiciones los Procesos internos pueden ser perfeccionados por la
conjunción de la acción humana (creativa y motivada), la tecnología, y la
capacidad organizacional de los líderes públicos. Se trata fundamentalmente de
racionalizar los servicios públicos, lo que implica añadir máximo valor a los
bienes y servicios prestados a un mínimo coste, con el mínimo impacto negativo
sobre el medio ambiente y sin agravar los actuales problemas sociales.
La
racionalización de los Procesos internos en el sector público trae como
principales consecuencias la reducción de costes, la eficiencia en la recaudación
y el aumento en la calidad final de los bienes y servicios prestados a la
comunidad. Los dos primeros aspectos son de naturaleza eminentemente financiera
y presuponen la posibilidad de maximizar los ingresos y minimizar los gastos
previstos en el presupuesto aprobado para el ejercicio, obteniéndose un
equilibrio financiero y el cumplimiento de los compromisos presupuestarios.
La
mejora en la calidad de los servicios va a tener influencia positiva y directa
sobre la satisfacción de los usuarios de los servicios públicos y sobre los
indicadores de bienestar y desarrollo de la comunidad. Obviamente, la
sensibilidad de estos indicadores sociales es normalmente reducida a corto plazo
y los resultados frecuentemente sólo serán percibidos mucho tiempo después.
Los
buenos resultados financieros no implican una mejora directa del nivel actual de
bienestar de la comunidad, pero garantizan la continuidad en el futuro de la
prestación de los servicios públicos, en base a la disponibilidad existente de
recursos; de este modo se refleja su impacto sobre el bienestar futuro de la
comunidad.
Satisfacer
a los ciudadanos o aumentar el nivel de bienestar de la comunidad se confunden
con la Misión de los gobiernos. Todo este encadenamiento lógico se orienta a
la consecución de dicha misión. En la medida en que las organizaciones públicas
o los propios gobiernos dan señales de cumplimiento de su misión, aumenta la
probabilidad de que encuentren condiciones de gobernabilidad mucho más
favorables frente a las autoridades políticas y a los grupos y organizaciones
políticamente influyentes, reiniciando un ciclo positivo de la gestión
gubernamental. Pero esta vinculación no siempre se produce, ya que puede
suceder que los intereses de las autoridades y los de los grupos de poder sean
significativamente distintos de los de la comunidad.
5.
Conclusiones
A
partir de lo expuesto en los anteriores apartados, podemos plantear las
siguientes conclusiones. Primeramente entendemos que hay diferencias
significativas entre los entornos público y privado, resultando que algunas
herramientas de gestión presentes en este ámbito no son aplicables en aquél.
Asimismo, determinadas prácticas del sector privado, cuando son utilizadas en
el público, deben ser precedidas de adaptaciones que tengan en cuenta esas
diferencias. Así pues, en nuestra opinión, es plausible la aplicación de un
modelo de gestión estratégica del tipo Cuadro de Mando Integral a las
organizaciones pertenecientes al sector público con las debidas adecuaciones.
El
modelo CMI propuesto presenta, pues, las siguientes características que
permiten su aplicación a gobiernos y organizaciones públicas.
1)
Las perspectivas originales del CMI son contempladas desde otro prisma
cuando se aplican al sector público, cambiándose los conceptos de manera que
se adapten a las necesidades de estas organizaciones.
2)
Se resalta la Misión como fundamento del modelo, siendo esencial para
las organizaciones del sector público.
3)
La perspectiva de los Usuarios (clientes) es sustituida por la
perspectiva de la Comunidad, que engloba a los primeros y resulta más adecuada
a la definición de misión en el ámbito del sector público, debiendo estar
junto a ésta en la cúspide del CMI, cambiándose la lógica original del
modelo.
4)
Se incluye en el modelo la perspectiva de Gobernabilidad que resalta el
carácter político de la actividad gubernamental, así como la existencia de
fuerzas no necesariamente convergentes que influyen en ella. El modelo responde
así a la crítica relevante de que muchos stakeholders
son excluidos a priori del modelo CMI original que no tiene en cuenta su
influencia y sus intereses en el desempeño de la gestión.
5)
Así mismo es introducida la perspectiva del Marco legal, pues viene
respaldada por una distinción fundamental entre las gestiones pública y
privada, en razón del principio estricto de legalidad dentro del sector público.
Por otro lado, se considera que el marco legal no es inmutable y puede ser
cambiado en cierta medida por iniciativa del propio gobierno.
6)
La perspectiva Financiera es contemplada bajo un doble aspecto: a) como
un medio para generar mayor valor a los ciudadanos en el futuro, mediante el
mantenimiento de recursos para prestaciones futuras de servicios públicos; b)
como una restricción, ya que la financiación de las organizaciones públicas
está fuertemente condicionada por el presupuesto y las normas de contabilidad pública,
lo que hace que sea precedida por las perspectivas de Formación y de Procesos
internos (acciones concretas como proyectos e inversiones) que en general
conllevan gastos que dependen de los presupuestos aprobados. Será preciso
ubicar esta segunda acepción dentro de la perspectiva del Marco legal.
7)
La lógica del sistema debe ser entendida más como de fines y medios que
como de causa y efecto en la medida en que los resultados de las actuaciones en
una de las perspectivas del CMI no son conocidos a priori y pueden ser distintos
de aquellos inicialmente ideados.
La
implantación del CMI solamente alcanzará el éxito si los gobiernos y las
organizaciones públicas se dedican al desarrollo de planes estratégicos
coherentes con sus misiones legales e institucionales, resultando inoperante si
se desvincula de sus metas y objetivos. Así mismo resulta evidente que el
propio modelo de CMI puede servir de apoyo a la elaboración de las estrategias
adecuadas para los distintos organismos del sector público.
6.
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NOTA
Este artículo ha sido elaborado en homenaje a D. Fernando Martín Lamouroux, a petición de esta revista, que agradece fehacientemente a los autores su elaboración. El contenido del artículo ha sido revisado por dos miembros del Consejo de Redacción, no habiendo sido sometido al proceso de evaluación anónima por pares, que es usualmente requisito necesario en los artículos que se publican en esta revista.
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Joao
Batista Barros da Silva Filho Profesor-Investigador del EIMP (Instituto de Estudos Empresariais-Brasil), y profesor en Administración Financiera del ICF (Instituto Camillo Filho (Brasil). Es Doctor en Economía y Gestión en Empresas (Universidad de Valladolid). Master en Administración Financiera (Universidad Federal da Paraíba (Brasil). Inspector de Hacienda Pública Federal (Secretaría de Receita Federal do Ministério da Fazenda do Brasil). |
|
Profesor Titular de la Universidad de Valladolid. Durante veintiséis años ha venido impartiendo docencia en el ámbito de la Contabilidad de Costes y el Control de gestión. Fué Premio Extraordinario de Licenciatura, y Premio de la Real Academia de Doctores, de la que es Miembro Correspondiente. Es autor de varios libros y diversos artículos, habiendo presentado ponencias en Congresos nacionales e internacionales. Ha sido ponente de los Documentos de AECA: “La Contabilidad de Gestión en las Empresas agrarias” y “La Contabilidad de Gestión en las Empresas constructoras”. Es miembro de la Junta Permanente de la Comisión de Principios de Contabilidad de Gestión de AECA. |